Italo Calvino se encuentra ante un manuscrito de Pavese. Nada menos que ante El Oficio de Vivir. Se acerca al voluminoso portafolio y lo abre, sólo después de vencer la reverente inhibición que le suscitan las páginas íntimas de su admirado amigo. Einaudi le ha encargado la edición y el prólogo del diario de Cesare Pavese, a casi dos años de la muerte del dolido piamontés. Con una mezcla de respeto pudoroso y de mirada atenta de editor, Calvino inicia el recorrido que le permite descubrir la terrible procesión que por dentro llevaba el más lúcido y sufrido de los escritores italianos del siglo XX. No hallará la descripción minuciosa de decepciones y fracasos amorosos, sino el tenaz efecto de los mismos. No se topará con los relatos de rechazos y desdenes, sino con sus secuelas. Italo Calvino verá el terreno ya devastado, así como el esfuerzo inmenso de Pavese por recuperarlo, día tras día, palmo a palmo. Creo que más o menos así lo dice en alguna parte el autor de Las ciudades invisibles.
En las páginas de El Oficio de Vivir un hombre contrariado y solo, reflexiona y lucha. Con secreto heroísmo, Pavese escribió en ese libro mucho más que una poética o una teoría literaria: escribió la historia de un incendio inclemente y continuado: el de su alma.
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