Saturday, August 29, 2015

De "picnic" con una amiga de Pavese


Kim Novak y William Holden, en Picnic
 
Lectura de una carta. En sus líneas, Calvino le hace a Natalia Ginzburg amistosas  sugerencias editoriales (“Primero los ensayos que aceptas como si los hubieras escrito hoy, por su acabado poético y de pensamiento, empezando por ‘Il mio mestiere”). La carta es del 11 de julio de 1962. Pocos meses más tarde, Einaudi publicaría el precioso libro de Natalia, con el título que a Calvino le parecío perfecto y con la supresión de dos textos sobre los cuales la autora tenía dudas y que su amigo lamentó no incluir, porque uno tenía “algunas observaciones buenas” y el otro era “en gran parte muy divertido”, aunque no estuvieran a la altura de los demás trabajos. Lo cierto es que el prólogo de Las pequeñas virtudes, escrito en Roma, está fechado en octubre de 1962. En él, además de esconder (es un decir) la dedicatoria a un amigo que no nombra, indica las publicaciones en las que habían aparecido todos los textos, menos uno, que ella -sin asegurarlo- estima inédito todavía: “El y yo”. Es, precisamente, ese “ensayo” (yo diría, poema), el que hoy, animado por la carta de Calvino, releí. Se trata de la amorosa biografía de una pareja, narrada mediante la enumeración de sus contrastes (“Él siempre tiene calor; yo siempre frío”). Si el viejo recurso retórico de la antítesis nos atrapa, creo que mucho más lo hace la inmensa ternura de esas páginas preciosas.  

Me detuve hoy en este párrafo para deleite de cinéfilos: 

Yo no me acuerdo nunca de los nombres de los actores; y como soy mala fisonomista, a veces reconozco con dificultad incluso a los más famosos. Esto lo irrita muchísimo; le pregunto quién es éste o aquél, y provoco su indignación: ‘¡No irás a decirme –dice-, no irás a decirme que no has reconocido a William Holden’. // Efectivamente, no he reconocido a William Holden. Y sin embargo, a mí también me gusta el cine…” 
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Hasta la tarde, porque voy de “Picnic”.

Thursday, August 27, 2015

Trabajar cansa

En una anotación de su diario, escribe Pavese: “Si hay algún símbolo en mis poesías, es el símbolo del que ha escapado de casa y regresa con alegría al pueblecito, tras haberlas pasado de todos los colores y siempre pintorescas, con poquísimas ganas de seguir laborando…”. Con la imagen de quien atraviesa una calle (no siendo muchacho ni para huir de casa) construye Pavese un poema titulado -como el libro- “Lavorare stanca”. Veamos este video:

https://www.youtube.com/watch?v=4-ULMZ4tHSE

El vicio absurdo


Seis de la mañana. A Italo Calvino le acaban de acercar un manuscrito. Después de vencer una reverente inhibición, abre el portafolio y comienza su tarea. Einaudi le ha pedido que edite y prologue un testimonio singular. Son anotaciones íntimas que revelan lo que su autor llamó por esos días “el lado trágico de la vida humana”, un lado antiguo del cual nadie suele escapar. Comienza a revisar las páginas y entre luminosas reflexiones sobre poética, encuentra un desvelado sufrimiento. Calvino descubre la procesión terrible del más lúcido y estoico de los escritores italianos del siglo XX. Se sabe leyendo El oficio de vivir, de Cesare Pavese, el admirado amigo que murió hace poco. No hallará allí la descripción minuciosa de decepciones o de los fracasos amorosos de los que tanto se murmuró. Tampoco se topará con anécdotas o episodios aflictivos, sino con sus secuelas. Italo Calvino verá el terreno devastado, pero también, el secreto esfuerzo por recuperarlo, día tras día y palmo a palmo. En la vigilia escritural, un poeta silencioso y solitario, lucha. Con secreto heroísmo, Pavese fue alojando en El oficio de vivir la historia de su alma.
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El 20 de abril de 1936 anotó que la lección era “construir en arte y construir en la vida, proscribir lo voluptuoso tanto en el arte como en la vida, ser trágicamente”.
 
Ser trágicamente -dijo Calvino- es “hacer del drama individual una fuerza concentrada que impregne de uno mismo todo tipo de acción (en lugar de gastarlo como moneda fraccionaria), de obra, de hacer humano, significa transformar el fuego de una tensión existencial en un obrar histórico, hacer del sufrimiento o de la felicidad privada, que son imágenes de nuestra muerte (toda felicidad individual, desde el momento que implica su fin, tiene su contrapartida de dolor), elementos de comunicación y de metamorfosis, es decir, fuerzas vitales”.
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Un día como hoy, hace 65 años, el “vizio assurdo” vino y tuvo sus ojos. Yo leo Los mares del sur y le doy a Pavese gracias infinitas.
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Vísperas


Constance Dowling y Cesare Pavese


Miraban algo o alguien. ¿Estaría Doris por allí? De Doris –dirá él en su diario- recibió la última dulzura.
 
Pronto, todo habrá de derrumbarse.
 
Ahora está con Connie, tan cerca y tan lejana.