Friday, July 22, 2016

Si una noche de invierno un lector


Pavese - Calvino
 
Una carta de Calvino de 1965. Se adelanta a lo que treinta y cinco años después Frédéric Pajak abordará como una ensoñación turinesa: la presencia de Nietzsche a orillas del Po y sus huellas en Pavese. Calvino le escribe a Grazia Marchianò para expresarle sus impresiones acerca de un texto en el que ella compara su obra con la de Elémire Zolla. Aunque le formula alguna objeción, se muestra de acuerdo con la relación Zolla-Calvino, tema central de la tesis de Marchianò. Sus discrepancias se dirigen hacia otros aspectos como los nexos entre algunos nombres que le parecen traídos al azar, y, sobre todo, al tratamiento que ella le otorga a Pavese. Con su habitual franqueza, Calvino le pregunta:  

¿Pero por qué ahoga a Pavese, que es tanto más grande y complejo y culto y consciente y poeta que todos los otros nombrados (y él sí, piamontés, no sólo porque estaba totalmente arraigado en su región, sino porque se había construido una poéitca a partir del hecho de haber salido de una región no poética por excelencia), en medio de nombres menores o mínimos?”. 

Al albacea editorial de Pavese (primer lector del manuscrito de El oficio de vivir), un intelectual de lucidez insobornable, no podía pasarle inadvertido el indiscriminado tratamiento que en esas líneas recibía su admirado maestro. Después de formularle la pregunta, Calvino le ofrece a la autora una ruta novedosa de investigación. Le dice: 

Podría usted hallar una clave para una disquisición muy rica y todavía inédita: trazar la genealogía de un nietzscheanismo turinés, que tuvo en Pavese su representante más original (como recuerda usted, Turín es la ciudad donde Nietzsche enloqueció) y que contrasta y con más frecuencia se suma al famoso racionalismo e historicismo piamontés (del que en cambo se ha hablado siempre muchísimo)”.

Tras lanzar ese guante, que mucho después recogería Pajak, el autor de “Las ciudades invisibles” le dedica un párrafo a las “caracterizaciones regionales” de la literatura, deplora su actual beligerancia y lamenta que no se limiten a producir cuadros de ambientes intelectuales históricamente minuciosos, que así sí valdrían el tiempo y el esfuerzo en ellas invertidos.

Al final, Calvino, lector de oficio como era, se refiere al estilo y le regala esta sabia observación: 

“…permítame que le diga también lo que pienso de su estilo: está demasiado ‘escrito’ (sobre todo al principio), demasiado cargado de intenciones expresivas. El crítico debe imponer sus ideas, no su voz. Con esto no quiero decir que sea admisible un crítico desaliñado, como algunos de nuestros jóvenes. Pero usted habla de su interés por Roland Barthes, que es tal vez el crítico contemporáneo que más admiro. No es sólo un crítico inteligentísimo sino un excelente escritor, justamente como prosista, y fíjese cómo sólo carga la palabra cuando debe enunciar una nueva idea. 

Tome mis observaciones como una prueba del interés que su trabjao despierta en mí y de la gratitud por la atención que ha dedicado a mis obras 

Si una una noche de invierno un lector… Era el 21 de diciembre del 65.
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(Italo Calvino Los libros de los otros. Correspondencia 1947.1981)

Wednesday, July 20, 2016

Sobre una famosa traducción


 
En una magnifica entrevista que acaba de publicar Letras Libres en su edición de julio, la gran poeta uruguaya Ida Vitale, habla, entre otros temas, de su oficio de traductora. Al referirse, específicamente, a la traducción de poesía, recuerda a Néstor Ibarra y dice esto: 

Me gusta menos traducir poesía porque siempre quedas inconforme. Para mí, en poesía, hay un modelo casi único: la traducción que hizo el argentino Néstor Ibarra de El cementerio marino, de Paul Valéry. Hay estrofas que son casi mejores en español que en francés. Lograr la misma reacción ante el texto traducido que ante el original es dificilísimo, pero de eso se trata y sin lograrlo no quedas conforme.eicefiere a su oficio de traductora ibres en su  semestre.  S  

En esa opinión Ida Vitale está bien acompañada. Recordemos que en el prólogo que Borges escribió para la traducción de Ibarra, encontramos una afirmación semejante. Borges modificó allí la famosa frase italiana (“traduttore, traditore”) para concluir que a veces el traducido es el traidor. Además de refutar la creencia de que el original siempre es superior a sus versiones, llegó a sostener que la de Ibarra contenía estrofas, que, confrontadas con las originales, hacían ver a Valéry como un mero imitador de su traductor argentino. Con menos sarcasmo, postuló la inexistencia de textos definitivos y el carácter de borrador que posee cuanto escribimos. Destacó asimismo que la traducción de Néstor Ibarra era la primera que cumplía “con los rigores métricos” del poema. Acá, la feliz astucia borgeana:


…invito al lector sudamericano –mon semblable, mon frére- a saturarse de la estrofa quinta en el texto español, hasta sentir que el verso original de Néstor Ibarra (“La pérdida en rumor de la ribera”) es inaccesible, y que imitación, y que su imitación por Valéry (“Le changement des rives en rumeur”), no acierta a devolver íntegramente todo el sabor latino. Sostener con demasiada fe lo contrario, es renegar de la ideología de Valéry por el hombre temporal que la formuló…

Esta es la “creación” de Ibarra: 

Como en goce la fruta se resuelve,
Como su ausencia exquisitez se vuelve
En cuanta boca su apariencia muera,
El humo que seré ya se levanta,
Y el cielo al alma consumida canta
La pérdida en rumor de la ribera. 

Y esta, la “imitación” de Valéry: 
 
Comme le fruit se fond en jouissance,
Comme en délice il change son absence
Dans una bouche où sa forme se meurt,
Je hume ici ma future fumée,
Et le ciel chante à l’âme consumée
Le changement des rives en rumeur.
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Sin olvidar jamás la traducción de Jorge Guillén, adorada por Valéry, me es difícil, cuando se trata de “El cementerio marino”, no repetir su  penúltima estrofa en la genial versión de Ibarra que Borges recitaba de memoria:  

Sí! Delirante mar, piel de pantera,
Peplo que una miríade agujera
De imágenes del sol, hidra infinita
Que de su carne azul se embriaga y pierde,
Y que la cola espléndida se muerde
En un tumulto que al silencio imita!