Es el año 1937. El
escritor está en Praga. Se hospeda en el piso más alto del Hotel Julis. Al lado
de su habitación se encuentra la de Oskar Kokoschka, quien por esos días hace
el retrato del presidente Masaryk. De su relación con el pintor, y de la
impresión que éste le produce, el escritor habla largamente en este tomo de sus
memorias, pero ya habrá tiempo de volver a lo que dice de Kokoschka. Ahora me
detengo en un comentario del autor, que ilustra maravillosamente su experiencia
con el vocablo “música”.
Lo que le pasó a Elías
Canetti (de él se trata) nos ocurre a todos con algunas palabras a las que no
podemos desprender del referente primigenio, mejor dicho, del sentido con que
las hicimos nuestras. Leamos a Canetti:
“En los idiomas europeos, en la medida en que los conocía, la palabra
era siempre la misma: ‘música’. Una palabra bella, sonora; cuando uno la decía
en alemán; ‘Musik’, sentía, al pronunciarla, como si saltase hacia arriba. En
los idiomas en que se acentúa más su primera sílaba, la palabra no parece tan
activa, permanece un poco flotante, antes de extenderse. Yo amaba esta palabra
casi tanto como lo que ella designa. Poco a poco, sin embargo, me fue
resultando enojoso que se la emplease para denominar toda clase de música.
Cuanto más música moderna oía, tanto más inseguro me volvía en mi relación con
esta denominación general. En una ocasión me atreví a decirle a Alban Berg si
no debería haber también otras palabras para decir ‘música’, si la incurable
impasibilidad de los vieneses frente a toda música nueva no estaría relacionada
con el hecho de que habían llegado a identificarse tan completamente con lo
‘representado’ por la palabra, que eran incapaces de tolerar nada que les
cambiase el contenido de ella. Tal vez, si se ‘llamase’ de otro modo, estarían
más dispuestos a habituarse a ello. Pero Alban Berg no quiso saber nada de lo que
yo le decía. A él, explicó, como a todos los demás compositores, lo que le
importaba era la música, y nada más… Me preguntó si no me había llamado la
atención el hecho de que la misma palabra estuviera extendida por toda la
Tierra. La reacción de Alban Berg fue violenta, más aún, se sintió enfadado por
mi ‘propuesta’, y su postura fue tan resuelta que jaás volví a mencionar este
asunto.
Pero aunque callé, consciente de mi ignorancia musical, no
conseguía desembarazarme de este pensamiento. Y cuando de pronto me enteré en
Praga, casi por azar, de que la palabra checa para decir ‘música’ era ‘hudba’,
quedé cautivado. Esa era la palabra apropiada para denominar Les Noces de Stravinski, la música de
Bartok, de Janácek, de otros muchos compositores”.
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Elías Canetti, en Praga,
iba de patio en patio, fascinado, oyendo palabras fuertemente acentuadas casi
todas en la primera sílaba. Se preguntaba por qué el ímpetu de esas palabras
penetraba en él. Más tarde pensó que se debía a los recuerdos del búlgaro de su
primera infancia. Tal vez. Lo cierto es que en Praga sintió que los checos se
dan en la palabra mucho más que nosotros cuando nos comunicamos. Leyéndolo
recordé unos versos de Claudio Rodríguez, que me parece calzan como “hudba” en
esta hermosa experiencia de Canetti:
“… La flor vive
tan bella porque vive
poco tiempo
y, sin embargo, cómo
se da, unánime,
dejando de ser flor y
convirtiéndose
en ímpetu de entrega”
(Claudio Rodríguez)
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El libro de Canetti
citado es El juego de ojos, Muchnik Editores, Barcelona, 1985.
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Un enlace para
escuchar el concierto A la memoria de un ángel de Alban
Berg, en el violín del checo Josef Suk y con la orquesta dirigida por el
también checo Karel Ancerl. El ángel a quien está dedicado el concierto es
Manon Mahler, hija de Alma y de Gropius: