Saturday, February 06, 2016

Bass entrañable

 
 
A veces, entre los créditos, aparece un nombre que, en rigor, es una firma: la del autor de los créditos mismos. Entre ellos, ¿cómo no recordar el de Saul Bass, un maestro del diseño gráfico y de la animación, que acompañó tantas veces a Hitchcock y a Preminger?
 
Bass es, probablemente, el santo patrón del oficio. Todavía no hay lista de “mejores títulos de créditos” donde la mitad o más de la mitad de los elegidos no sean suyos. Los que hizo para Vértigo son inmacables en esas listas. Desde los labios de la mujer (y de sus ojos, que miran a uno y otro lado), hasta la espiral envolvente que llega a ser cinta de Moebius, pasando por la pupila que la cámara penetra sin pausa, todo está allí. Está como premonición del vertiginoso mundo emocional que nos espera. La música de Bernard Hermann, apropiadamente integrada por Bass a la secuencia, realza su diseño. Tanto, que Hitchcock la empleó más adelante en una escena: la de Judy en la peluquería convertida ya en Madeleine. En los numerosos ensayos, críticas, análisis, estudios o comentarios acerca de Vértigo la referencia a los títulos de Bass es inevitable. Cabrera Infante, por ejemplo, afirmó que el comienzo de esa cinta “es la obra maestra de Saul Bass”, por haber alcanzado en esos minutos “el miedo metafísico que sintió Pascal cuando miró atentamente una estrella y se encontró con el misterio en que se funden el tiempo y el espacio”.
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En un filme de John Frankenheimer que mejora con los años (Seconds 1966)), los magníficos títulos diseñados por Bass son, de algún modo, deudores de los de Vértigo. Al terminar de ver la película, si recordamos sus impresionantes carteles de apertura, nos daremos cuenta de que en ellos Saul Bass ya nos había contado la historia, en la que, por cierto, Rock Hudson no estuvo nada mal.
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Pero no son esas las secuencias que ahora tengo frescas. Después de cuarenta y dos años, vi de nuevo una película, cuyos créditos, diseñados por Saul Bass, también comienzan con unos ojos. Primero es el ojo de un tubo de donde salen los ojos de una gata negra. Después, la gata, sus patas, el paso majestuoso, más tubos, un combate y una carretera de Texas. La película, de Edward Dmytryk (Walk On The Wild Side), la vi con el nombre de “La gata negra”, en el cine Alexis de Barcelona, en Rambla de Cataluña. Su recuerdo es adorable. No por Bass ni Jane Fonda. Ni siquiera por Barbara Stanwyck. Fue la primera película que vi con Cuchi. Anoche, la búsqueda de títulos de créditos de Bass me la trajo de regalo. Así que Bass, para mí, también es entrañable.
 
FCC, 26 de enero de 2016