Ya es de noche.
Aunque es de noche,
mi nave avanza.
y se empeña en desafiar la nieve.
“Seguirán otros días,/seguirán otras voces./ Sonreirán a solas./ Los gatos lo sabrán”. CESARE PAVESE (The cats will know)
O esta enumeración que lo alude:
Alma, zéjel o sima.
O la misma, con una variante para referirse a su mal:
Asma, zéjel o lima.
Ayer trataba de recordar una frase de Otero Silva dentro de las palabras que pronunció en el acto del sepelio de Picón Salas. Pensé que la frase era “la aciaga alborada del 65”. Sin buscarlo (cosa que iba a hacer después) di hoy con el discurso de Otero. La frase está al inicio del párrafo que sigue:
“No con claror de alborada sino con aciago resplandor de tempestad ha despuntado este año de 1965, cuyas primeras horas le han desgajado dos de sus ramas más señeras, dos de sus nidos más cálidos, al árbol de la cultura venezolana. A pocos pasos de esta tierra removida por nosotros están sembrando en este mismo instante nuestros músicos el limpio corazón de Juan Bautista Plaza, su armoniosa mente creadora, sus guiadoras manos de maestro. // Aquí los escritores acompañamos el entierro de Mariano Picón Salas, sobrecogidos por un oscuro golpe que no presentíamos, sin darnos cuenta aún de lo que hemos perdido, sin comprender aún que al filo de esta muerte queda inconclusa una de las obras más diáfanas, más elevadas y más profundas en la historia de la literatura venezolana”.
“Aciago resplandor de la tormenta” se oponía a “claror de alborada”. Mi memoria no retuvo los dos elementos sino que los fundió en una especie de oximoron: “Aciaga alborada”. Ahora me encuentro con “aciago resplandor” y recuerdo a Jorge Guillén y sus “resplandores hostiles a la muerte” y también su “albor”, su claror, su alegría de la mañana. Lo cierto es que la palabra “aciago” la aprendí ese día del 65 en que me enteré de la muerte de Picón Salas. Después la encontraría en un verso de Octavio Paz: “el aciago fulgor de la desdicha” (Piedra de Sol). Confieso que es un vocablo efectivo que preferiría no usar nunca. Leo en el diccionario que la palabra significaba “egipcio” en latín y tenía que ver con mal agüero. Vade retro.
15-04-06: Sábado de gloria y de sol tímido . El sol, que ayer casi no salió, se está dejando ver hoy un poco más.
“Escoteros de la cabeza”. Leo esa expresión en un ensayo de Picón Salas. Se la aplica a los universitarios que no estudian y que se preparan para “una mesiánica revolución en que la cólera se desposará con la holgazanería”. Me gusta la expresión. Creo que le calza muy bien a quienes se prepararon sólo como “técnicos” de la “meritocracia” y a cuanto profesional neoanalfabeto sigue egresando de nuestras universidades, desprovistos (ellos y ellas) de contenidos y valores humanísticos. La frase está en el “Prólogo al Instituto Nacional de Cultura”, que es el discurso que Picón Salas iba a leer en el acto de instalación de dicho Instituto. Como sabemos, no pudo hacerlo porque se murió el primero de enero de 1965 y el acto estaba previsto para el día 18 de ese mes. El texto fue incluido en el libro Suma de Venezuela (Editorial Doña Bárbara, 1966), obra póstuma del autor, con la cual se inició, por cierto, el citado sello editorial. Suma de Venezuela es una antología de ensayos sobre el país elaborada por el propio Picón Salas.
Recuerdo haber leído en enero del 65 una nota de prensa sobre la muerte de Picón Salas. Concretamente, recuerdo haber leído parte de lo que seguramente fue un discurso pronunciado por Miguel Otero Silva en el cementerio el día del entierro del gran ensayista. Johnny Hidalgo y yo (de catorce para quince, entonces) fuimos deslumbrados por lo que Otero Silva calificó de “aciaga alborada del 65”. Para nosotros, una frase como esa, no era todavía un “lugar común”. La repetimos e incorporamos de inmediato a nuestro precario léxico el vocablo “aciago”. Creo que Johnny lo usó en un poema. Poco después haríamos juntos una edición de “Mensaje”, el periódico multigrafiado del Colegio, donde, según me parece recordar, usé la palabra “aciaga” para referirme a la invasión de los Estados Unidos a la República Dominicana...
Soy el fotógrafo. ¿Me habías olvidado? Aunque no merezcas mucha ayuda de mi parte, te voy a ahorrar el trabajo de describirme.Yo mismo me encargaré de hacerlo. Nací en Granada, pero no en la Granada en que estás pensando, sino en la de Nicaragua, cuando mis padres hacían trabajo diplomático en esas tierras. Admiradora de García Lorca hasta el delirio, mi madre no sólo quiso bautizarme Federico sino parirme en Granada. Las dos cosas las cumplió, a pesar de los desacuerdos de mi padre, a quien todo eso le parecía una locura. Lo de “Federico” pase, ¡pero lo de Granada! A mi padre siempre le pareció que algo le patinaba en el coco a Gracielita...
La bailarina vuelve. Ensaya en su taller. Mis borradores están siendo invadidos por ella y por el fotógrafo y por los que más adelante van a aparecer en estas notas. Formarán una peña, un sindicato de personajes e irán dándome instrucciones. No quieren narradores autoritarios. Han consultado con viejos personajes míos para conocer mejor las manías que tengo como narrador. No sé cuánto le habrán revelado el Turco Najul y Toto De Lima. Suele ser discreto el primero y deslenguado el segundo. Tal vez acudan a Pionono Anzola para enterarse más, pero uno nunca sabe cómo puede reaccionar este prelado. Son los riesgos de no ser un narrador omnisciente.